Dulce: La soñadora de Matamoros que conquistó los escenarios

En las polvorientas calles de Matamoros, Tamaulipas, entre los años sesenta y setenta, nació una estrella. Dulce, cuyo verdadero nombre es Bertha, encontró en su pasión por el canto un refugio contra la adversidad y un vehículo para cumplir sus sueños más grandes.

Un corazón soñador desde la infancia

Dulce, desde pequeña, se distinguió por su capacidad de soñar en grande. Con una imaginación desbordante, construía en su mente un futuro donde los aplausos y las ovaciones llenaban su vida. Incluso en las noches, su subconsciente reforzaba esos anhelos:

“Ayer canté tan bonito, mamá, y me aplaudieron tanto”, le contaba a su madre tras despertar.

Sin embargo, su realidad era menos luminosa. En una familia donde los recursos escaseaban, Doña Gloria, su madre, enfrentaba la vida con un pragmatismo contundente:

“Aquí no hay Santa Clos, yo soy la que trabaja para darles lo que necesitan.”

Pero ni las dificultades económicas ni las burlas de sus maestras y compañeras lograron apagar el fuego de Dulce.

El talento que cambió su destino

A los 14 años, Dulce comenzó a cantar profesionalmente. Su talento no solo trajo aplausos, sino también ingresos que superaban los de su madre. Por primera vez, la familia pudo celebrar con un árbol de Navidad.

El canto la llevó a escenarios cada vez más grandes. A los 17 años, su voz resonaba en el Salón Colonial del recién inaugurado Hotel Holiday Inn de Matamoros, el primer hotel de cinco estrellas de la ciudad.

Un encuentro con el destino

En 1973, Julio Iglesias llegó a Matamoros para ofrecer un concierto. Dulce, con apenas 18 años, fue seleccionada para abrir su presentación. Este momento marcó un punto de inflexión en su carrera. Ante el icónico cantante español, Dulce, con los nervios a flor de piel, escuchó un comentario que nunca olvidaría:

“Pero si sos un crío, mujer”, le dijo Julio Iglesias al verla tan joven.

Con una sonrisa, Dulce supo que estaba a punto de vivir el sueño que había imaginado tantas veces.

Un prodigio de la música mexicana

Lo que Dulce logró desde temprana edad no tiene precedentes en la historia musical de Tamaulipas. Su voz, potente y llena de matices, la llevó a compartir el legado de grandes como José José y Juan Gabriel. Su nombre quedó inscrito en los anales de la música mexicana como un fenómeno único, difícil de replicar.

Un legado que perdura

Hoy, Dulce es recordada no solo como una cantante extraordinaria, sino como un símbolo de perseverancia y pasión. Su historia inspira a las nuevas generaciones a soñar en grande, sin importar las circunstancias.

Quizá el tiempo y la historia concedan a esta soñadora el honor que merece: el nombre de una avenida o plaza en su natal Matamoros, para que su legado resuene por siempre.

Porque Dulce no solo cantó su vida; la convirtió en una obra maestra.