No tardó en presentarse en el hospital justo cuando Ángela salió a hacer unos recados. No te pierdas lo que pasó y presta mucha atención porque esto es un bombazo. Déjame en los comentarios qué te ha parecido este suceso.

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Las luces tenues del hospital parpadeaban suavemente, proyectando sombras irregulares sobre la habitación. El eco distante de pasos y el murmullo apagado del personal de guardia se filtraban a través de la puerta. Pero dentro de esas cuatro paredes, el tiempo parecía haberse detenido. Cristian Nodal yacía en la cama, su rostro pálido contrastando con las líneas gruesas de tatuajes que decoraban su piel. Los monitores parpadeaban en un ritmo constante, registrando cada latido, cada respiración que se arrastraba con esfuerzo. Era un reflejo de la tormenta que se agitaba dentro de él, una lucha constante entre el éxito y el vacío, entre el deber y el amor.

Hace apenas unas semanas, se había casado con Ángela Aguilar, la joven estrella de la música ranchera. Un contrato millonario había sellado su unión, un acuerdo que más allá de cualquier vínculo sentimental lo ataba a una fachada de éxito comercial. Juntos eran la pareja más codiciada de la industria, la imagen perfecta de la prosperidad y el glamour. Pero la realidad era un veneno que lo devoraba por dentro. Cada día se sentía más solo, más perdido. La sonrisa de Ángela, aunque cálida y amable, no lograba llenar el vacío que se abría en su pecho.

La razón de su hospitalización no era un secreto. El estrés y las noches interminables de alcohol lo habían llevado al borde del colapso. Su cuerpo ya no respondía, su mente se oscurecía con pensamientos sombríos y la única persona que realmente comprendía ese dolor era alguien que no debería estar cerca: Kazu. Ella había sido su primer amor verdadero, la única que había visto al hombre detrás del artista, que había aceptado sus sombras y luchado por sus sueños. Pero la vida los había empujado por caminos distintos. Mientras él se adentraba en la selva de contratos y compromisos, ella había continuado su carrera, llevando su música a rincones donde él no podía seguirla. Pero nunca había dejado de pensar en ella, en lo que tuvieron y en lo que podrían haber sido.

Ahora, esa misma mujer había entrado de nuevo en su vida como un susurro de lo que alguna vez fue real. La puerta se abrió con un leve chirrido y el corazón de Cristian se detuvo. Allí, en el umbral, estaba Kazu, con su silueta elegante y fuerte. Sus ojos oscuros lo miraban con preocupación y, a su lado, una niña pequeña de cabello rizado y ojos inmensos sostenía su mano. Inti, su hija.

El tiempo pareció detenerse mientras se miraban. Cristian se enderezó un poco, ignorando la punzada de dolor en el pecho cuando ella dio un paso adelante, llevando a Inti de la mano. Todo el cansancio que lo había abrumado se desvaneció.

—Hola, Kazu —murmuró, su voz áspera y cargada de emoción.

Kazu tragó con dificultad, luchando por mantener la compostura. Había sido difícil hacer un hueco en su apretada agenda; ser una cantante de éxito le había costado todo: noches de insomnio, kilómetros interminables de carretera, y sobre todo, distanciarse de Cristian. Pero la noticia de su hospitalización la había sacudido. Había cancelado conciertos, pospuesto entrevistas, nada importaba más que estar allí con él.

—¿Qué te has hecho, Cristian? —preguntó suavemente, acercándose. La pequeña Inti soltó la mano de su madre y corrió hacia la cama, trepando con la agilidad de sus cortos cuatro años. Cristian la atrapó en sus brazos, sintiendo su peso liviano contra su pecho.

—Papá —susurró la niña con una sonrisa deslumbrante. Él cerró los ojos, dejando que el dolor y el arrepentimiento se mezclaran con la alegría de sostener a su hija. Inti lo miraba con un amor incondicional, como si los meses de distancia no significaran nada, como si cada palabra de enojo que Kazu alguna vez pudiera haberle dicho simplemente se desvaneciera frente a la pureza de esa pequeña alma.

—Hola, mi amor —respondió, tratando de que su voz no se quebrara. Kazu los miraba con el corazón hecho un nudo. Ver a Cristian con su hija siempre le había despertado emociones contradictorias. Él se había perdido tanto de la vida de Inti, momentos irrecuperables. Pero ahí estaba su hija, aferrándose a él como si nunca hubiera estado ausente.

—Cristian, tienes que cuidarte —dijo con firmeza, rompiendo el momento de silencio. Él levantó la mirada y se encontró con los ojos oscuros y preocupados de Kazu.

—No puedes seguir así, te vas a destruir, y no solo a ti.

Él asintió, incapaz de hablar. Sabía que tenía razón, pero el peso de su decisión lo agobiaba. ¿Cómo escoger entre el amor y la lealtad? ¿Cómo deshacer las cadenas que él mismo había forjado?

—Estoy atrapado —susurró Kazu con desesperación.

Inti seguía jugando con los botones de su bata, ajena a la gravedad de sus palabras.

—No sé qué hacer. Si rompo el contrato, la familia de Ángela se hundirá. Todos me culparán. Pero si sigo así, me voy a destruir.

Kazu suspiró, acercándose aún más. Se inclinó y se sentó en la orilla de la cama, mirando el rostro del hombre que había amado tanto. Quería gritarle, sacudirlo, decirle que la eligiera a ella, que se fuera lejos de ese mundo que lo estaba devorando, pero no podía, no podía ser egoísta, no con él.

—No sé qué decirte, Cristian —dijo suavemente—. No voy a pedirte que me elijas a mí ni siquiera que elijas a Inti. Solo quiero que te elijas. Lo que te diga el corazón. Que te ames un poco más. Porque si sigues así, un día ella y yo nos vamos a despertar y ya no vas a estar.

Cristian cerró los ojos, sintiendo el peso de sus palabras. Sabía que tenía razón. Todo el mundo le decía lo mismo: la disquera, los amigos, incluso Ángela. Pero nunca lo había sentido tan real como en ese momento, con Kazu frente a él y su hija en brazos.

—Lo intentaré —susurró.

Ella asintió, sabiendo que esas palabras no eran suficientes, pero al menos eran un comienzo. Se inclinó hacia él, sus rostros a solo unos centímetros. Los labios de ella robaron los suyos en un beso suave, casi etéreo, que lo llenó de una calidez que había olvidado. No era un beso de despedida ni de amor desesperado; era un beso de esperanza, una promesa silenciosa de que, pase lo que pase, ella siempre estaría allí.

—Acepta este regalo. Esto es para que te mejores —murmuró ella al separarse.

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Cristian la miró con los ojos brillantes, Inti todavía acurrucada a su lado, los observaba con una sonrisa inocente. En ese instante, con el amor de Kazu y la presencia de su hija, el mundo caótico de Cristian pareció encontrar un pequeño rayo de luz.

Las luces frías del hospital proyectaban un brillo tenue sobre la habitación, realzando el silencio y la intimidad de ese momento compartido. Cristian sostenía la mirada de Kazu, aún sintiendo en sus labios el rastro de su beso, tan dulce y nostálgico como los recuerdos que compartían. Inti, ajena a la tensión que flotaba en el aire, se había recostado a su lado, tarareando una pequeña melodía que le recordaba alguna canción que su madre le cantaba en casa.

Pero el silencio entre Cristian y Kazu era denso, cargado de cosas no dichas, de sentimientos reprimidos y decisiones que pesaban como un yugo sobre sus hombros. Cristian bajó la mirada, incapaz de sostener el brillo de esperanza en los ojos de Kazu. Sabía que tenía que decidir, aunque no quisiera. Ese beso lo había removido todo, como un torbellino de emociones que había estado luchando por mantener controlado. Ella lo miraba con esa mezcla de amor y anhelo que siempre lograba desarmarlo, y él, tan débil y vulnerable, sentía como su corazón latía desbocado. Pero su conciencia lo atormentaba.

—No puedo dejar que las cosas se salgan de control de nuevo, Kazu… —murmuró.