Cuñada Pide Usar mi Tina Mientras no Estoy en Casa; Al Volver, Quedo Atónita con lo que Encontré

Le pedí a mi cuñada que pagara los daños, pero toda la familia política lo minimizó diciendo: “Ni es tanto dinero”.

Mi cuñado me pidió prestado el coche, y aunque acepté con gusto, unas horas después me devolvió el auto en un estado lamentable.
El abuelo de mi esposo me gritó en el hospital, y al escuchar a mi cuñada reírse, entendí lo ingenua que había sido.
Por envidia al gran compromiso que tuve, mi hermana hizo algo que avergonzó a toda la familia frente a los suegros.

Antes de construir nuestra casa nueva, mi esposo y yo vivíamos en una casa modesta, tipo INFONAVIT, que muchos criticaban por pequeña y vieja. Hasta los familiares de mi esposo se negaban a invitarnos a reuniones porque asumían que éramos “demasiado pobres”.

Todo cambió cuando derribamos esa casita para construir una nueva. Tras seis años ahorrando y esforzándonos, logramos juntar el dinero necesario sin pedir prestado a nadie, excepto un pequeño crédito del banco. Mi esposo y yo acordamos encargarnos de todo sin aceptar ayuda económica ni de mi familia ni de la suya, para evitar chismes y malos entendidos.

En nuestro pueblo, construir es más barato que en una ciudad grande. En cuatro meses, nuestra nueva casa estaba lista. Ambos elegimos cada detalle, desde los azulejos hasta los árboles para el jardín. Aunque hubo cambios y ajustes, logramos el hogar de nuestros sueños.

Desde que la casa quedó lista, muchos familiares y vecinos han buscado pretextos para visitarnos y aprovechar para comer gratis. Al principio, organizamos una pequeña fiesta de inauguración y pensamos que unas pocas reuniones estarían bien, pero las constantes visitas comenzaron a agotarnos. Mi esposo y yo apenas teníamos presupuesto, y ya no podíamos con tantas reuniones. Inventamos excusas como que el niño estaba enfermo o que teníamos compromisos para reducir las visitas, aunque sabemos que algunos familiares quedaron resentidos y nos tachan de “poco hospitalarios”.

Entre los críticos más vocales estaba mi cuñada. Aunque todavía es estudiante universitaria, siempre nos decía que éramos conformistas, que no ahorrábamos lo suficiente y que no éramos tan “exitosos” como otros que ya tenían casa y coche. Incluso iba por ahí diciendo que yo gastaba todo el sueldo de mi esposo en ropa y maquillaje.

Pero lo que mi cuñada no sabe es cómo cada mes ajustamos para pagar los servicios, la escuela y los pañales del bebé. Mi guardarropa está lleno de ropa vieja, y desde que nació mi hijo, no he comprado nada para mí. La última vez que usé maquillaje fue con un labial que me regaló mi esposo hace tres años.

En cambio, mi cuñada es muy derrochadora. Criada como la consentida de sus papás, gasta mucho en ropa, accesorios y hasta un perrito de raza que presumió haber comprado por más de 10,000 pesos. Cada vez que vuelve del DF, aparece con el cabello teñido de colores y ropa que parece sacada de un desfile de moda. No entiendo cómo mis suegros, que siempre se quejan de que no les alcanza para nada, permiten que viva como si fuera una princesa.

Mi cuñada adora a su perrito y pasa horas publicando fotos con él en sus redes sociales. Una vez me dijo: “Prefiero tener un perro a un novio; los perros son más tiernos y no hay drama de peleas o rupturas”.

Un día, mientras yo no estaba, mi cuñada pidió permiso para usar mi tina. No le vi problema, así que acepté. Pero al volver a casa, quedé en shock: el baño estaba inundado, lleno de pelos de perro, y con jabón derramado por todos lados. Además, había dejado la ventana abierta y el viento arruinó unas toallas nuevas que tenía colgadas.

Cuando pedí que se hiciera responsable de los daños, mi suegra minimizó todo diciendo que “ni era para tanto” y que “es normal con jóvenes”. Ahora entiendo que en esta familia, todos excusan las malas actitudes de mi cuñada, mientras yo siempre termino siendo la mala.