A las 2 a.m., pasando por la habitación de mi suegra, el yerno fue testigo de una escena increíble: “Nunca la perdonaré”

 

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Mi nombre es Manuel Rodríguez, tengo 32 años y soy chofer de camión. Mi esposa y yo llevamos tres años de casados y vivimos felices con nuestra hija de dos años y mi suegra.

Hace poco más de un año, decidimos invitar a mi suegra a vivir con nosotros para poder cuidarla. Mi suegro falleció hace años y el hermano menor de mi esposa, David, había fracasado en su negocio y estaba ahogado en deudas. Queríamos brindarle un hogar seguro y lleno de amor durante sus años dorados. Ella siempre ha sido una mujer tranquila y trabajadora, que ayuda con los quehaceres y cuida de nuestra hija. La respetábamos profundamente, y nuestra casa siempre fue cálida y feliz.

La noche que cambió todo

Una noche, no pude dormir. Alrededor de las 2 a.m., me levanté para ir al baño y escuché a mi suegra hablando en voz baja por teléfono. Su tono era inusualmente suave y contenido, completamente distinto a su comportamiento habitual.

Intrigado, me acerqué a la pared y escuché. La oí decir con tono molesto: “Deja de pedirme dinero. Ya no tengo nada que prestarte.”

Me quedé atónito. ¿Quién podría haberla llevado a una frustración tan grande?

Justo en ese momento, la puerta se abrió y me congelé. Ella me vio y me preguntó qué estaba haciendo. Pensando rápido, respondí: “Mi esposa y yo íbamos a preparar unos fideos instantáneos. Vimos que tenías la luz encendida y queríamos saber si te gustaría acompañarnos.”

Su rostro mostró ansiedad, como si estuviera escondiendo algo. No pude evitar preguntarle a quién estaba llamando, pero ella lo desvió diciendo que solo era una amiga.

 

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Comportamiento sospechoso

De vuelta en mi habitación, sus palabras seguían resonando en mi cabeza. En los días siguientes, empecé a notar que ella actuaba de manera extraña: a menudo perdida en sus pensamientos, aferrándose a su teléfono con nerviosismo y saliendo de la casa por horas, algo que nunca hacía antes.

Cuando compartí mis sospechas con mi esposa, ella las desestimó, demasiado ocupada con el trabajo como para prestarle atención. Me sugirió que investigara por mi cuenta si tanto me preocupaba.

El descubrimiento

Pocos días después, todo salió a la luz. Nuevamente, a las 2 a.m., no podía dormir y noté que su luz seguía encendida. Pasé por su habitación y la escuché hablar por teléfono nuevamente. Esta vez, lo que dijo me dejó sin palabras.

“Entiendo, David,” dijo. “Te están acosando los acreedores, pero 2,200,000 pesos es una cantidad enorme. Estoy intentando vender tres terrenos que tengo, pero el mercado no está bien ahorita.”

Al escuchar esto, todo encajó. David, el hermano menor de mi esposa, nuevamente estaba en una deuda enorme. Pero lo que más me sorprendió fue la revelación de que mi suegra tenía tres propiedades, algo que nunca nos había dicho. Ella había asegurado que no tenía bienes y que dependía de nosotros para sobrevivir.

Sus siguientes palabras fueron aún más hirientes: “No te preocupes, David. Todas mis propiedades serán para ti. Tu hermana ya se casó, así que ya no forma parte de esta familia. Ella no heredará nada.”

Siguió hablando, diciendo que planeaba enseñar a nuestra hija a obedecer y respetar a su tío, sugiriendo que algún día mi hija compartiría su herencia con él.

Una dolorosa revelación

Volví a mi habitación, sintiéndome traicionado. A pesar de todo el cuidado y la generosidad que le habíamos dado, ella nos había estado manipulando todo el tiempo. A la mañana siguiente, compartí todo con mi esposa. Ella estaba devastada y me reveló que su infancia estuvo llena de sacrificios por su hermano menor. Sus padres lo habían consentido, y él se había convertido en un adulto flojo e irresponsable, con problemas de juego.

Con lágrimas en los ojos, mi esposa dijo: “Puedo perdonar a mi madre, pero no puedo aceptar sus planes para dañar el futuro de nuestra hija. Mañana, la confrontaremos y le pediremos que se vaya a vivir con David. Ya no vamos a rescatarlo más, solo estamos habilitando su comportamiento.”