Anita Ekberg, la exuberante actriz sueca que cautivó al mundo con su inolvidable escena en la Fontana di Trevi en La Dolce Vita (1960), vivió el ascenso y la caída de una estrella de cine de manera brutal. La que alguna vez fue conocida como “la Marilyn de Paramount” y musa de Federico Fellini, terminó sus días sola, sin dinero, y olvidada por una industria que solo valoraba la juventud y el esplendor.
El comienzo: de Miss Suecia a Hollywood
Nacida en Malmö, Suecia, el 29 de septiembre de 1931, Ekberg comenzó su carrera como modelo en su adolescencia. Con el impulso de su madre, participó en concursos de belleza, y en 1950, se coronó Miss Suecia. Aunque no ganó Miss Universo, este logro le abrió las puertas de Hollywood.
A los 20 años, cruzó el Atlántico para firmar un contrato con Universal Studios, donde recibiría clases de actuación, declamación, danza y esgrima. Pero Anita no estaba interesada en el perfeccionamiento actoral, prefería montar a caballo por las colinas de Los Ángeles.
Su debut cinematográfico fue modesto, con papeles pequeños en películas como The Mississippi Gambler (1953) y Abbott and Costello Go to Mars (1953), donde encarnó a una mujer de Venus.
Aunque Universal rescindió su contrato tras seis meses, Anita ya había empezado a ganar notoriedad en Hollywood, no solo por sus apariciones en cine, sino también por sus romances con galanes como Frank Sinatra, Tyrone Power y Gary Cooper.
“La dolce vita” y el apogeo de su carrera
El verdadero estrellato llegó cuando Federico Fellini la eligió para interpretar a Sylvia, la deslumbrante estrella de cine en La Dolce Vita (1960).
La escena donde se sumerge en las heladas aguas de la Fontana di Trevi junto a Marcello Mastroianni es una de las más icónicas de la historia del cine.
Su sensualidad desbordante y su aire de diosa la convirtieron en la fantasía de una generación. Fellini había creado una imagen inolvidable, y aunque Anita siempre dijo que ella “inventó a Fellini”, la película fue un hito en su carrera.
Después de La Dolce Vita, la vida de Anita cambió para siempre. Se convirtió en un símbolo sexual y una estrella internacional, pero este mismo éxito también fue su maldición.
A partir de entonces, directores y productores solo querían que repitiera el mismo papel: la rubia americana deslumbrante en un entorno europeo. Interpretó varios papeles similares en películas como Guerra y paz (1956) junto a Audrey Hepburn y Henry Fonda, y Los tres etcéteras del coronel (1960), pero nunca logró escapar de la sombra de Sylvia.
La decadencia: de estrella a olvidada
Mientras su fama disminuía, Ekberg siguió viviendo en Italia, lejos de Hollywood. A diferencia de Marilyn Monroe, con quien era comparada frecuentemente, Anita vivió para presenciar su propia decadencia. El mismo glamour que la había elevado, ahora la relegaba al olvido. Para la industria del cine, una diva envejecida y deprimida no tenía lugar.
Sus últimos años fueron trágicos. Tras un accidente en el que su perro le rompió la cadera, Anita fue hospitalizada, y durante su ausencia, su casa fue saqueada. Perdió sus joyas, muebles y recuerdos personales, y lo poco que le quedó fue destruido en un incendio.
Sin dinero ni recursos, Ekberg pidió ayuda al Estado y a la Fundación Fellini, pero al final, se recluyó en un asilo donde se negaba a recibir visitas. No quería que nadie la viera en su silla de ruedas y en ese estado tan vulnerable.
Días finales de soledad y orgullo hasta el último momento
El 11 de enero de 2015, a los 83 años, Anita Ekberg falleció en un geriátrico en Roma, tras sufrir complicaciones de varias enfermedades crónicas.
La diva que alguna vez fue símbolo de belleza y glamour murió en la indigencia, sola y olvidada por la industria que la había elevado al estrellato. A pesar de su triste final, mantuvo su coquetería y orgullo hasta el último día.
Según una periodista que la entrevistó en sus últimos años, Anita tenía la costumbre de pedir un cappuccino y luego desaparecer, diciendo que “era para que nunca dejaran de desearla”.
Anita Ekberg fue una mujer que vivió intensamente, amó, perdió y enfrentó la decadencia con el mismo orgullo con el que conquistó el mundo. Nos dejó su inolvidable talento en cada magnífica interpretación del gran cine clásico de la época dorada.
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