Hace tres años, el cine mexicano perdió a una de sus figuras más emblemáticas: Isela Vega. La actriz, cantante y modelo dejó una huella profunda en la historia del cine nacional, marcada tanto por su desbordante talento como por su vida personal llena de controversias.
Su carrera, que abarcó más de seis décadas, estuvo marcada por audacias y decisiones valientes que desafiaron las convenciones sociales y las restricciones impuestas a las mujeres en la industria del entretenimiento.
Isela Vega nació el 5 de noviembre de 1939 en Hermosillo, Sonora, y creció en un entorno humilde en Cuatitlán. Desde joven, su belleza y carisma la llevaron a ser coronada como la Princesa del Carnaval de Hermosillo a los 18 años, lo que abrió las puertas al mundo del modelaje. Su paso por Estados Unidos para continuar su formación en inglés y actuación consolidó su carrera artística, pero también fue una etapa en la que su talento para el canto, con boleros y hasta canciones de Los Beatles, brilló en diferentes escenarios, tanto en su ciudad natal como en la Ciudad de México.
El regreso a México en 1959 marcó el comienzo de su carrera en el cine, que no tardó en despegar. Su debut en el séptimo arte se produjo en 1960 con Verano violento, dirigida por René Cardona. Desde entonces, su presencia en el cine mexicano fue constante, y rápidamente se hizo famosa por interpretar papeles que desbordaban sensualidad y una audaz rebeldía, en una época en la que la moral conservadora estaba firmemente arraigada.
A lo largo de la década de los 70, la relación de Isela con el cine se consolidó en producciones como Las pirañas aman en cuaresma y La primavera de los escorpiones, ambas dirigidas por el cineasta mexicano Francisco del Villar. Estas películas no solo destacaron su capacidad actoral, sino que también abrieron el camino para la representación de temáticas hasta entonces tabú en el cine mexicano, como la homosexualidad.
La vida de Isela Vega estuvo rodeada de polémicas, no solo por los papeles que elegía, sino también por su vida amorosa. Su primer gran amor fue el cantante de rock Alberto Vázquez, con quien tuvo a su hijo Arturo. Sin embargo, su relación terminó de manera conflictiva, y aunque Vázquez mantuvo una presencia esporádica en la vida de su hijo, fue Isela quien asumió la responsabilidad de su crianza. Los altibajos de su relación con Alberto Vázquez se convirtieron en uno de los episodios más dolorosos para su hijo, quien, como reveló años después en una entrevista, no tuvo contacto con su padre durante gran parte de su niñez.
El cine y el teatro siempre fueron los escenarios donde Isela expresó sus luchas internas y externas. En los años 70, su participación en la controversial obra de teatro Zaratustra, dirigida por Alejandro Jodorowsky, se convirtió en un hito no solo en su carrera, sino también en la historia del teatro mexicano, por su contenido provocador. La obra fue pionera al mostrar desnudos en escena y dramatizar escenas de sexualidad explícita, lo que generó una fuerte censura y oposición por parte de la Liga de la Decencia. No obstante, Isela siempre mantuvo su postura de que la transparencia era la clave para mantener su independencia, tanto en su vida personal como profesional.
Su participación en la película La primavera de los escorpiones (1971) también fue motivo de controversia, no solo por su tratamiento audaz de la homosexualidad, sino también por las relaciones que se establecen entre los personajes de la trama, lo cual adelantaba lo que muchos consideraban una mirada progresista hacia los temas de identidad sexual. En su carrera, Isela Vega no solo actuó en películas de cine, sino que también se aventuró en el cine internacional, participando en Alfredo García (1974), una película dirigida por Sam Peckinpah, y donde interpretó un papel que la consolidó aún más como una figura internacional del cine.
A pesar de la censura que enfrentó, tanto en sus películas como en su vida personal, Isela siempre defendió la libertad de expresión y el derecho a desafiar las expectativas sociales y de género. En 1974, se convirtió en la primera actriz mexicana en posar desnuda para Playboy, un gesto que desató un torrente de críticas en su país, pero que también consolidó su imagen como una mujer independiente que no temía desafiar los límites impuestos por la sociedad.
A lo largo de su carrera, Isela Vega se mantuvo firme frente a los embates del machismo que permeaban la industria cinematográfica y la sociedad en general. En sus últimos años, su figura fue celebrada con un nuevo aire de admiración, especialmente cuando recibió el Ariel de Oro en 2017, un reconocimiento a toda su trayectoria. Durante su discurso, Isela reflexionó sobre su carrera, reconociendo que si se hubiera quedado en Hollywood probablemente no habría tenido una carrera tan larga, ya que las actrices en ese entonces eran relegadas a papeles secundarios una vez alcanzaban los 40 años.
A nivel personal, su relación con sus hijos fue compleja. Arturo Vázquez, su hijo mayor, nunca tuvo una relación cercana con su padre debido a los problemas que tuvo con Alberto Vázquez. A pesar de ello, con el tiempo Arturo entendió las dificultades de la situación y la complejidad de su infancia. Tras la muerte de Isela en marzo de 2021, Arturo compartió detalles sobre el testamento de su madre y la relación con su hermana, Saula. Aunque la muerte de Isela dejó un vacío significativo en sus vidas, Arturo enfatizó que su madre había dejado en claro que sus bienes debían dividirse equitativamente entre él y Saula, y expresó su deseo de preservar la esencia de la casa de Acapulco, uno de los recuerdos más importantes de su madre.
Isela Vega, una de las mujeres más audaces y revolucionarias de su generación, dejó un legado que trasciende el cine mexicano. Fue pionera no solo por su trabajo como actriz, sino por su capacidad para desafiar las normas, para ser transparente en un mundo que muchas veces pedía ocultar las verdades incómodas. Su vida fue un testimonio de lucha, valentía y, sobre todo, de una profunda humanidad. A pesar de las controversias, Isela Vega permanecerá en la memoria colectiva como una figura que redefinió lo que significa ser una mujer en el cine y en la sociedad mexicana.
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