Gerardo Cepeda, mejor conocido como “El Chiquilín,” dejó una huella profunda tanto en el mundo de la lucha libre mexicana como en la pantalla grande. Durante las décadas de 1960 y 1970, su presencia en el cine y en los rings de lucha lo convirtió en una figura icónica de la cultura popular mexicana. Sin embargo, detrás de su éxito y fama se escondían problemas personales y de salud que eventualmente lo llevarían a un trágico final marcado por la pobreza y el aislamiento.

Nacido en 1935 en la Ciudad de México, Gerardo Cepeda creció en un entorno humilde. Desde joven trabajó en diversos oficios, lo que lo hizo conocer el trabajo físico y desarrolló un fuerte cuerpo, lo que lo llevó a la lucha libre. Adoptando el nombre de “El Romano,” rápidamente se convirtió en una figura prominente en este deporte, compartiendo el ring con leyendas como El Santo y Blue Demon. Su actitud agresiva y su presencia dominante lo hicieron temido en el cuadrilátero, características que no solo le sirvieron en la lucha, sino que también le permitirían tener una exitosa carrera en el cine.

A finales de la década de 1950, el cine de luchadores mexicano estaba en auge, y la transición de Cepeda de la lucha libre a la pantalla grande fue natural. Su compañero de luchas, el murciélago Velázquez, lo animó a explorar la actuación, lo que le permitió debutar en 1963 en la película Las luchadoras contra el Médico Asesino. Gracias a su imponente físico y su capacidad para interpretar a villanos, Cepeda rápidamente se consolidó como uno de los actores más populares de este género, que fusionaba acción, ciencia ficción y terror. Interpretó a antagonistas en más de 300 películas, convirtiéndose en una de las figuras más representativas de la época dorada del cine mexicano.

Gerardo Zepeda - IMDb

Sin embargo, mientras su carrera en el cine y la lucha libre se consolidaba, la vida personal de Cepeda comenzaba a desmoronarse. La lucha contra el alcoholismo se convirtió en un obstáculo cada vez más grande. Su dependencia al alcohol lo hacía poco confiable en los sets de filmación, lo que hizo que los productores dudaran en contratarlo. Su temperamento volátil, asociado a la bebida, también afectó sus relaciones personales, tanto con colegas como con familiares. Este deterioro no solo afectó su reputación en el medio, sino que también impactó su salud física y emocional.

A medida que avanzaba la década de 1990, las consecuencias de su abuso del alcohol y problemas de salud, como la diabetes, se hicieron más evidentes. Cepeda sufrió un deterioro físico considerable, perdiendo visión y desarrollando demencia, lo que lo hizo incapaz de asumir nuevos papeles en el cine. Su vida, que en algún momento estuvo llena de glamour y fama, se transformó en una espiral descendente de aislamiento. A menudo se veía obligado a dormir en su coche, mientras que los pocos amigos y admiradores que aún recordaban su legado le ofrecían apoyo económico y emocional.

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A pesar de los intentos por buscar algo de estabilidad, como su tiempo en la casa de retiro de la Asociación Nacional de Actores, la adaptación a un estilo de vida estructurado resultó difícil para Cepeda, quien estaba acostumbrado a la vida caótica que su fama le permitió vivir. En sus últimos años, su situación se agravó aún más, y sus hijos, distanciados por su comportamiento errático y violento, no estuvieron allí para apoyarlo.

Cepeda falleció el 10 de marzo de 2013 a los 75 años, tras sufrir un derrame cerebral causado por complicaciones relacionadas con su diabetes. Su muerte, aunque anticipada debido a su delicado estado de salud, pasó desapercibida en muchos círculos. Sin embargo, para aquellos que recordaban sus contribuciones al cine de lucha libre, su partida representó el fin de una era en la que el cine mexicano vivió su apogeo con luchadores como él.

Revenge (1990)

A lo largo de su vida, Cepeda fue testigo de su ascenso a la fama, pero también de la caída que le llevó a una vida de soledad y sufrimiento. Su historia es un triste recordatorio de cómo las luchas internas y los problemas personales pueden opacar el brillo de una carrera exitosa, y cómo la fama, a veces, no garantiza felicidad ni estabilidad en la vida personal. Sin embargo, la huella que dejó en el cine mexicano y en la lucha libre es innegable. Su legado como villano en más de 300 películas sigue siendo una parte importante de la cultura popular mexicana, y su vida, aunque trágica, continúa siendo un símbolo de la dualidad entre el éxito en la pantalla y las dificultades detrás de la misma.